domingo, 27 de septiembre de 2015

Ejercicio de taller. Descripción de personaje.

SOBRE LA TRISTEZA

Varios años después de la muerte de Catalina, Heathcliff solía pasar las horas previas al anochecer sentado en la misma roca en la que tantas veces había esperado a su Caty cuando eran jóvenes. Ciego ya de esperanzas que ni siquiera su hijo podía darle, observaba cómo el tiempo pasaba en la soledad más profunda. Se permitía en esos momentos llorar. Secaba lágrimas con sus manos hirsutas, oscuras, endurecidas por el trabajo impiadoso de su niñez y adolescencia.
Había pasado mucho tiempo ya desde que el viejo Earnshaw lo había traído a ese páramo olvidado donde viviría una vida llena de golpes que él devolvería más tarde.Su claridad de pensamiento para planificar una venganza y el cumplimiento de la misma, le llenaron el corazón de rabia y lo habían avejentado, aunque era aún un hombre joven. Y por más que cualquiera podía pensar en que mucha vida la quedaba por vivir, su cuerpo rasgado por la angustia pedía ya el descanso.Heathcliff, con su rostro oscuro, su piel ajada, con el alma llena de adioses y un sonrisa apenas visible en su boca como recordando algún lejano momento feliz, esperaba sentado en la roca que Catalina fuera a buscarlo.

Copyright @SilvanaBuono


domingo, 30 de agosto de 2015

LOS FALSOS PROFETAS Copyright @silvanabuono


El profeta del barrio no pudo levantarse esa mañana. Ni un músculo se le movía. Quiso llamar por teléfono a algún conocido, pero la fiebre era tan elevada que no recordaba ni un solo nombre. “Te ordeno que salgas” y “sólo efectivo” era lo único que podía musitar.
Había una larga fila de personas. Pobres personas. Eran pobres al entrar, pero más lo eran al salir porque les robaban sus monedas y hasta la fe que les quedaba.
Horas bajo un sol que quemaba impiadoso. Pero todo valía si era para ver al Obispo Hilario expulsar a los demonios que, según él, les estaba cobrando la vida.
El tiempo pasaba, la gente se acumulaba y el autodenominado obispo no aparecía. Ese mismo que prometía soluciones mágicas a quienes ya no podían esperar no los recibía.
Llegó el mediodía y el sol no daba tregua y los desesperanzados empezaron a alterarse. Entonces decidieron que si el profeta no iba ellos, ellos irían a él. Aquellos que podían caminar, incluso los que estaban en silla de ruedas no respetaron al hombre de negro que impedía el paso y con una fuerza que no parecía propia, entraron al lugar que se conocía como templo, pasaron por una puerta minúscula con cortina de cañas y allí estaba Hilario, casi muerto, casi vivo.
Como no podía curarse solo, los fieles repitieron una y otra vez, casi en trance, sus fórmulas para salvarlo y entonces vieron una luz muy fuerte que entraba por la ventana y los envolvía y los limpiaba. Eso. Los limpiaba. “¡Milagro! Hilario se sanó y nos sanó ¡Milagro!”, gritaban todos sin querer aceptar la ceguera que les quedaba.
“Milagro de Hilario”, dijeron. Está escrito.

sábado, 27 de junio de 2015

TRIBULACIÓN




¿Cómo pudo haber sucedido? ¿Cómo pude dudar de las palabras que yo mismo proclamaba?

No creí en sus promesas. No creí en mis palabras y, sin embargo, la gente me creyó. 

Me di cuenta de lo que pasaba en el mismo instante en que vi que casi la totalidad de la gente que aquí estaba y me escuchaba, ¡me escuchaba! había desaparecido dejando sus pertenencias en los asientos. 

Espero que se entienda: no se fueron de la iglesia. El Señor vino a buscarlos como prometió en Su Palabra. 

Años de mi vida dedicados a proclamar 1 Tesalonicenses 4:13-18, años pidiendo a la gente el arrepentimiento para poder ser parte de lo que Dios tenía preparado para sus hijos sin tener yo nada de la fe que estaba reclamando.

¿Qué me queda ahora que estoy solo con un puñado de otros que también dudaron? ¿Qué me queda ahora que Sofía y Paulita se fueron porque sí creyeron verdaderamente? Me resta pedir perdón y volver a confiar porque no es fácil lo que viene; porque ya nos están buscando y no tardarán en hallarnos. 

Debemos protegernos con la mayor arma: La Palabra. Y defendernos, antes de que el príncipe que cayó se proclame aquello que no es. 

Solo fe. 








LO QUE NO EXISTE



Habíamos decidido que ese era nuestro lugar en el mundo, el lugar que nos parecía más adecuado para instalarnos y vivir una vida pacífica.

Descubrimos San José casi por casualidad (bueno, lo descubrí yo y a Patricio le gustó) cuando los problemas parecían acecharnos y nosotros, imperturbables continuábamos como si nada, viviendo una vida que nos parecía fácil. Éramos jóvenes y creíamos que nada podía pasarnos.

Primero fueron unos golpes tenues en el techo, luego un llanto triste que parecía infinito y que por momentos parecía nombrar a alguien como pidiéndole por favor algún tipo de compasión.

Patricio no escuchaba nada y me decía que estaba cansada, que hablara con mi médico etc. Por esto y porque ya no soportábamos más tantas peleas por esos ruidos que no nos dejaban vivir, decidimos alquilar nuestra casa y probar suerte allí, en San José, donde estaríamos cerca del río y la gente pueblerina nos recibiría de la mejor manera .

El tiempo pasó, el río fue mi testigo en los momentos oscuros en los que los ruidos me hacían huir de esa otra casa hacia la playa y escapar también de Patricio (que ya había huido de mí sin irse). 

Ahora ando de un lugar a otro, sin casa, sin ruidos y sin llantos eternos ¿Patricio? No lo sé, cada vez que vuelvo a buscarlo me dicen que no lo conocen; mis vecinos me dicen que no existe, que nunca lo vieron y me dan algunas pastillas. Si lo ven, avísenle que alguien tomó nuestra casa del río y que lo único que hace es llorar. Quizá hayan vuelto los ruidos.











domingo, 7 de junio de 2015

Cumbres eternas

En la década del 90 mi vida adolescente se basaba en mirar telenovelas. No fue casual que cada fin de ciclo escolar yo tuviera varias materias desaprobadas. Hecho más que esperable ya que vivía en una realidad que no era la mía sino la de los personajes que de reales no tenían nada. 
En el año 92 canal 13 emitía una telenovela llamada Encadenados que fue la mejor que vi en mi vida. Escenarios naturales, una pareja de jóvenes casi salvajes que no sabían de límites, la ambición, violencia y tantos otros ingredientes que la hacían muy especial. En esa época no teníamos tele a color. Suena raro pero es así. No teníamos. La vida en la pantalla pasaba en blanco y negro y nos tocaba adivinar los colores que la formaban, los colores que vestían a los protagonistas.

Una tarde me enteré que esa telenovela era una adaptación de Cumbres borrascosas de Emily Brontë, Con enormes ansias y con pocas esperanzas de que mi economía pudiese alcanzarla, me lancé en la búsqueda de esa novela. 
Pocas librerías en Lanús en ese entonces, yo no viajaba sola a capital y los libreros me decían que solo me la podían ofrecer en inglés. Entonces yo volvía desanimada y pensando que nunca iba a leerla (internet no existía, ni pensar en la virtualidad en esa época) hasta que imaginando el "no la tengo", entré a una librería muy chiquita atendida por un señor muy viejito que me aseguró que la tenía pero en su casa: "vení mañana que te la traigo".
Fui. Claro que fui. Recuerdo que tenía diez pesos para comprarla; hace 23 años con esa plata podíamos comprar libros. Aunque, pensaba, si no se conseguía, seguramente me iba a costar muy caro.
"Si, te lo traje. Dame nueve pesos y listo". La felicidad era ese momento. Tanto tiempo buscando un libro sin esperanzas y de pronto lo tenía en mis manos. No hubo emoción más grande.
Tres horas me alcanzaron para leer los treinta y cinco capítulos. Tres horas en las que Heathcliff y Catherine se convirtieron en personajes fundamentales en el mundo imaginario de mi adolescencia. Pude imaginar sus caras, sus voces, sus actitudes. Pude recorrer el páramo de Gimmerton en Yorkshire y sentir la desesperación de Heathcliff y sus deseos de venganza. Odié a Catherine y la culpé de toda su desgracia. Y qué decir de la violencia de Joseph y Hindley, del cariño incondicional de Ellen...cada personaje tuvo vida y la recobra cada vez que la leo.
Umberto Eco hablaba de los huecos que se rellenan cuando uno relee y es cierto: siempre se encuentran cosas nuevas aunque nada cambie.
 Los personajes de los libros no mueren, aunque mueran. Los libros nos permiten vivir en mundos imaginarios en los que podemos ser protagonistas, en los que podemos vivir una y otra vez.
Un alumno me dijo un día que los libros nunca iban a ganar ante la tecnología pero yo me atrevo a decir que son ellos en sus páginas, en sus ficciones, con sus personajes y sus historias los que nos pueden salvar aunque la vida se viva delante de una pantalla.



domingo, 17 de mayo de 2015

Una suerte pequeña. Mi humilde opinión.


Es cierto que uno no vuelve a ser el mismo después de leer un libro y que es dificil decir hasta dónde pueden llegar las palabras.

Leí de Claudia Piñeiro sus policiales. Me gustaron. Me gusta más la agilidad de su trama que el hecho policial en sí mismo. Me gusta porque cumple con todas las reglas del policial que todo escritor de policiales debe saber. Me gustaron. No me encantaron. Claro, opino como lectora dejando mi título de lado porque no estoy en condiciones de juzgar la escritura de nadie.

Cuando salió Una suerte pequeña pensé en comprarlo porque su nombre me remitía a Guillermo Martínez, mi escritor favorito. No sé por qué pero me recordaba algún título suyo. Después me negué porque ya tengo bastante para leer. Me negué dos días aproximamente. Al tercero lo compré y no hubo arrepentimiento.

La novela trata un drama familiar muy profundo y sobre todo, cómo se rearma una mujer después de tan tremendo drama. La maternidad, la fatalidad, la soledad, el abandono, la identidad. Todo en una novela que duele, que conmueve, que emociona, que vuelve a doler.

Uno de sus personajes, Robert, dice que quizá nos identificamos con los personajes de la literatura porque algo tienen, "un gesto donde podemos ser ellos" (p. 179) y así pasa con Marilé: sus dolores más profundos tienen que ver con los nuestros.

Una de mis pequeñas suertes fue leer este libro y saber que toda mujer dañada puede rearmarse y que "Quizá la felicidad sea un instante donde estar, un momento cualquiera en el que las palabras sobran porque se necesitarían demasiadas para poder contarlo... La felicidad como una imagen para contemplar en silencio.


domingo, 3 de mayo de 2015

BASURA- Monólogo interior-


Otra vez las miradas. Sueño con esos ojos que me perturban. De mañana, de tarde, hasta de noche siento su mirada y tengo miedo ¿Quién podría decirle algo si yo hablo? ¿Quién me creería? Me molestan sus ojos de buena persona. Me molestan sus palabras de cariño. No es cariño. Eso no es cariño.

Yo no provoqué nada aunque todos crean que sí, porque es más fácil creerle a una persona enferma. Y voy a escribir para que alguien sepa la verdad, entonces quedarán esas palabras si yo desaparezco. En algún momento las encontrarán. Cuando termine de escribir lo que me pasa voy a dejar a la vista el diario, a la vista o en algún lugar accesible a donde vayan a buscar cuando sea necesario.

Ahora tengo que salir y verlo y tolerar que me llame por mi apodo. Ay, no, hoy seguro vuelve la mujer ¿Nadie ve lo siniestros que son? Ella que me dice que le haga caso, que está enferma y no puede pero yo sí porque soy joven y él me quiere tanto. Voy a vomitar. Vomito de tan solo pensar. Ay mamá ¿no te das cuenta? Dejá de llamarlo para que arregle cosas.

Mejor me voy. Es tarde y acá ni siquiera me dejaron café hecho. No quiero pensar más ¿Pero cómo hago para no pensar en lo que puede hacerme? Basta, basta ¿Dónde dejé mi bolso? Debería estar prohibido tener educación física con este frío. Ahí está. Qué desgracia.

Ojalá cuando vuelva ya se haya ido con sus bolsas de basura a otra parte.


Copyright©Silvana Buono. 


domingo, 19 de abril de 2015

LUISA. Taller de escritura de cuento LA ARGAMASA


Era tarde. Yo me encontraba parada en una esquina esperando que cambiara el semáforo, cuando una mujer me pidió que la ayudase a cruzar esa calle.
Me quedé mirándola porque se parecía mucho a mi abuela y hasta me tomó del brazo de la misma forma en que ella lo hacía. “No me dan las piernas, nena” me dijo.
No pude contestarle nada porque un nudo en la garganta ahorcó mis palabras. Esa misma frase me decía Luisa. Luisa era mi nona y murió hace casi una década pero nos dejó muchos años de recuerdos que incluyen tardes en su casa, domingos en la plaza del barrio y paseos interminables por la calle Florida. Conocí a sus hermanos por sus recuerdos. Conocí su tierra por la melancolía de sus palabras. Conocí pocas personas tan rectas y tan bellas como mi nona.
Yo siempre quise ser como ella.

Llegamos a la vereda y la mujer me agradeció con palabras y un beso.
Yo me fui para el otro lado con el nudo en la garganta a cuestas pero giré para verla ir con sus años y su bastón. Tengo que dejarla ir.









Copyright©Silvana Buono. Abril, 2015
Todos los derechos reservados

ARGENTINA TELEVISORA A COLOR. Taller de escritura de cuento LA ARGAMASA



En ese entonces no había en casa televisor a color y la vida en la pantalla se veía en blanco y negro.
El año ´82 pasaba lento y se corría la voz de que algo estábamos ganando.A través de mis ojos de 5 años yo solía ver banderas celestes y blancas que repetía en mis dibujos del jardín sin saber el motivo, como tampoco sabía por qué debíamos escondernos debajo de las mesitas de colores cuando la maestra lo pedía.
Mi recuerdo más presente de esa época de arengas en la plaza principal, de marchas patrias y de uniformes militares, es la nena de pelo claro que cantaba en la tele. La canción hablaba de una carta y de su querido hermano que, según la letra, había sido un buen soldado.
“Es porque fue a la guerra” me dijo mi mamá pero yo no entendí mucho. Creo que aún sigo sin entender.









Copyright©Silvana Buono. Abril, 2015

Todos los derechos reservados

PROFECÍA. Ejercicio del Taller de escritura de cuento La argamasa

 Ya había cumplido los doce años y como varón de esa edad, le había llegado el momento de considerarse hombre. La ceremonia en la sinagoga unos días antes había sido muy emotiva para su padre y para Miriam, su mamá, que la había visto desde el piso de arriba junto con las otras mujeres de la familia sabiendo que ese era el comienzo de una etapa esperada.


Cuando esa mañana despertó vio que el día estaba claro y tibio y que, como ya lo habían empezado a hacer unos días atrás, ayudaría a su padre con el trabajo. El hombre era carpintero y amaba enseñarle a su hijo la tarea que también había aprendido a su edad.


Miriam los veía trabajar desde la ventana con cierta tristeza. Ella sabía. Sabía. Por eso quiso gritar cuando el joven Jesús tomó unos cuantos clavos y una enorme maza para unir las maderas que su padre sostenía.


“No tengas miedo”, sugirió el hombre. Entonces madre e hijo se miraron pensando en lo que vendría.




Copyright©Silvana Buono. Abril, 2015


Todos los derechos reservados


sábado, 28 de febrero de 2015

El pez y las piedras


“Mientras escuchaba los gritos que acusaban a mi madre y la sentenciaban a muerte, yo miraba aterrada desde mi lugar a esa gente llena de odio que la juzgaba hasta que me detuve en un hombre que parecía estar ausente de esa situación como si no le importase nada más que aquello que escribía con sus dedos en la tierra.
En forma repentina se levantó del suelo, alzó sus manos y con palabras que no comprendí hizo callar a los que querían apedrear a mi madre quienes luego tuvieron que retirarse.
Ella se abrazó a los pies de ese hombre en señal de agradecimiento pero él parecía no querer eso. Yo alcancé a oír algo sobre condenar mientras me acercaba a aquello que había escrito, o dibujado en realidad, porque esa figura parecía ser un simple pez.
Ahora que pasaron los años y estamos en esta oscuridad hace tanto las dos, ya no temo confesar que ese dibujo en la tierra cambió nuestra vida; ese dibujo que usamos para identificarnos en secreto los que elegimos seguirlo a él que hace tiempo murió pero volvió.
“Ichtys, pez en griego” me explicó un día Paulo, que era muy sabio. En cada letra de esta palabra se escondía otra que nos decía quién era esa persona por la cual hoy estamos todos aquí esperando que vengan a buscarnos.
Quizá alguien descubra esto que escribo y pueda lograr que se conozca su nombre y se mantenga vivo para siempre como nos pidió a nosotros que hiciéramos. Quizá alguien encuentre todo esto y sepa que el dibujo que nos unió en lo secreto en este mundo, nos unirá en el cielo.
 Se oyen pasos y ruido de cadenas. Ya vienen por nosotros”.
-Jamás pensé que podríamos encontrar este testimonio de los primeros cristianos. Una pared de piedra escrita por completo- dijo Victoria mientras miraba con asombro cada parte de la pared escrita.
- Un pez. Una palabra en griego. No logro ver la relación- se lamentó el fotógrafo.
-“Iesous Christos theous yios soter”, Icthys es un acrónimo de Jesucristo, hijo de Dios y Salvador. Así se identificaban al principio en secreto, aclaró la mujer.
-Creí que eras atea- le dijo el hombre mirando algo que brillaba en el cuello de su compañera.
Un rayo de sol que entraba por un hueco iluminó la medalla con el dibujo de un pez que brillaba inmensamente.
Recogieron las cosas que los identificaba como periodistas y salieron de la prisión que los conducía a lo que había sido la arena de un circo romano.






miércoles, 4 de febrero de 2015

"El ángel de la muerte y el rey de Israel" en Las mil y una noches (Anónimo)



Se cuenta de un rey de Israel que fue un tirano. Cierto día, mientras estaba sentado en el. Trono de su reino, vio que entraba un hombre por la puerta de palacio; tenía la pinta de un pordiosero y un semblante aterrador. Indignado por su aparición, asustado por el aspecto, el Rey se puso en pie de un salto y preguntó:

-¿Quién eres? ¿Quién te ha permitido entrar? ¿Quién te ha mandado venir a mi casa?

-Me lo ha mandado el Dueño de la casa. A mí no me anuncian los chambelanes ni necesito permiso para presentarme ante reyes ni me asusta la autoridad de los sultanes ni sus numerosos soldados. Yo soy aquel que no respeta a los tiranos. Nadie puede escapar a mi abrazo; soy el destructor de las dulzuras, el separador de los amigos.

El rey cayó por el suelo al oír estas palabras y un estremecimiento recorrió todo su cuerpo, quedándose sin sentido. Al volver en sí, dijo:

-¡Tú eres el Ángel de la Muerte!

-Sí.

-¡Te ruego, por Dios, que me concedas el aplazamiento de un día tan sólo para que pueda pedir perdón por mis culpas, buscar la absolución de mi Señor y devolver a sus legítimos dueños las riquezas que encierra mi tesoro; así no tendré que pasar las angustias del juicio ni el dolor del castigo!

-¡Ay! ¡Ay! No tienes medio de hacerlo. ¿Cómo te he de conceder un día si los días de tu vida están contados, si tus respiros están inventariados, si tu plazo de vida está predeterminado y registrado?

-¡Concédeme una hora!

-La hora también está en la cuenta. Ha transcurrido mientras tú te mantenías en la ignorancia y no te dabas cuenta. Has terminado ya con tus respiros: sólo te queda uno.

-¿Quién estará conmigo mientras sea llevado a la tumba?

-Únicamente tus obras.

-¡No tengo buenas obras!

-Pues entonces, no cabe duda de que tu morada estará en el fuego, de que en el porvenir te espera la cólera del Todopoderoso.

A continuación le arrebató el alma y el rey se cayó del trono al suelo.

Los clamores de sus súbditos se dejaron oír; se elevaron voces, gritos y llantos; si hubieran sabido lo que le preparaba la ira de su Señor, los lamentos y sollozos aún hubiesen sido mayores y más y más fuertes los llantos.






domingo, 4 de enero de 2015

Las tranformaciones de Piktor (frag) Hermann Hesse


(...) Una vez, una niña muy joven se perdió en el Paraíso. Su pelo era rubio y su traje, azul. Cantando y bailando, llegó junto al Árbol-Piktor. Más de un mono inteligente se rió destemplado detrás de ella; más de un arbusto le rozó el cuerpo con sus ramas; más de un árbol le arrojó una flor o una manzana, sin que ella lo notase. Y cuando el Árbol-Piktor vio a la niña, fue presa de una desconocida nostalgia, de un inmenso deseo de felicidad. Sentía como si su propia sangre le gritara: “¡Reflexiona, recuerda hoy toda tu vida, descubre su sentido! Si no lo haces, será ya tarde y nunca más vendrá la felicidad.”


Y Piktor obedeció. Recordó su pasado, sus años de hombre, su partida hacia el Paraíso y, en especial, aquel momento que precedió a su transformación en árbol, aquel maravilloso instante cuando aprisionara la joya mágica entre sus manos. En aquel entonces, como todas las metamorfosis le eran posibles, la vida latía poderosamente dentro de él. Se acordó del pájaro que había reído y del árbol Sol y Luna. Le pareció descubrir que entonces olvidó algo, dejó de hacer alguna cosa y que el consejo de la Serpiente le había sido fatal.

La niña escuchó el ulular de las hojas del Árbol-Piktor, moviéndose en marejadas. Miró a lo alto y sintió como un dolor en el corazón. Pensamientos, deseos y sueños desconocidos se agitaron en su interior. Atraída por estas fuerzas, se sentó a la sombra de las ramas. Creyó intuir que el árbol era solitario y triste, al mismo tiempo que emocionante y noble en su total aislamiento. Embriagadora sonaba la canción de los murmullos en su copa. La niña se reclinó sobre el tronco áspero, sintió como se conmovía y un estremecimiento igual la recorrió. Sobre el cielo de su alma cruzaron nubes. Lentamente cayeron de sus ojos lágrimas pesadas. ¿Qué era esto? ¿Por qué el corazón deseaba hasta casi romper el pecho, tendiendo hacia un más allá, hacia aquél, el bello solitario?

El Árbol-Piktor tembló hasta sus raíces, con vehemencia acumuló todas las fuerzas de su vida, dirigiéndolas hacia la niña en un deseo de unirse a ella para siempre. ¡Ay, que se había dejado engañar por la Serpiente y era ahora sólo un árbol! ¡Qué ciego y necio había sido! ¿Tan extraño para él fue el secreto de la vida? ¡No, porque algo había presentido oscuramente entonces! Y con enorme tristeza recordó al árbol que era hombre y mujer.

Entonces un pájaro se aproximó volando en círculos, un pájaro rojo y verde. La niña lo vio llegar. Algo cayó de su pico. Luminoso como un rayo, rojo como la sangre o como una brasa, precipitándose en la hierba, iluminándola. La niña se inclinó para recogerlo. Era un carbúnculo, una piedra preciosa.

Apenas tomó la piedra en sus manos, cumplióse el deseo del cual su corazón hallábase colmado. Extasiada, fundióse e hízose una con el árbol, transformándose en una fuerte rama nueva, que creció con rapidez hacia los cielos.

Ahora todo era perfecto y el mundo estaba en orden. Únicamente en este instante se había hallado el Paraíso. Piktor ya no era más un árbol viejo y preocupado. Y Piktor cantó fuerte, en voz alta: “¡Piktoria! ¡Victoria!” Se había transformado, pero alcanzando la verdad en la eterna metamorfosis; porque de un medio se había cambiado en un entero.

De ahora en adelante podría transformarse tanto como lo deseara. Para siempre deslizóse por su sangre la corriente hechizada de la Creación, tomando así parte, eternamente, en la creación que a cada instante se renueva. Fue venado, pez, hombre y serpiente, nube y pájaro; pero en cada forma se hallaba entero, en cada imagen era una pareja, dentro de sí tenía al Sol y a la Luna, era hombre y era mujer. Como río gemelo deslizábase por los países; como estrella doble, en el alto cielo.








sábado, 3 de enero de 2015

Palinuro de México- Fernando del Paso- Fragmento

Encontré este fragmento en la Revista La Balandra. Es parte de una larga novela del mexicano Fernando del Paso. 
Llama la atención el repetido uso de los adverbios de modo que generalmente no se aconseja en la narrativa pero que acá produce un efecto bellísimo...Ahí va



Hacíamos el amor compulsivamente. Lo hacíamos deliberadamente.
Lo hacíamos espontáneamente. Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente. O en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles, hacíamos el amor invariablemente. Los jueves, los viernes y los sábados, hacíamos el amor igualmente. Por últimos los domingos hacíamos el amor religiosamente.
O bien hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres, por favor, por supuesto, por teléfono, de primera intención y en última instancia, por no dejar y por si acaso, como primera medida y como último recurso. Hicimos también el amor por ósmosis y por simbiosis: a eso le llamábamos hacer el amor científicamente. Pero también hicimos el amor yo a ella y ella a mí: es decir, recíprocamente. Y cuando ella se quedaba a la mitad de un orgasmo y yo, con el miembro convertido en un músculo fláccido no podía llenarla, entonces hacíamos el amor lastimosamente.
Lo cual no tiene nada que ver con las veces en que yo me imaginaba que no iba a poder, y no podía, y ella pensaba que no iba a sentir, y no sentía, o bien estábamos tan cansados y tan preocupados que ninguno de los dos alcanzaba el orgasmo. Decíamos, entonces, que habíamos hecho el amor aproximadamente.
O bien Estefanía le daba por recordar las ardilla que el tío Esteban le trajo de Wisconsin y que daban vueltas como locas en sus jaulas olorosas a creolina, y yo por mi parte recordaba la sala de la casa de los abuelos, con sus sillas vienesas y sus macetas de rosasté esperando la eclosión de las cuatro de la tarde, y así era como hacíamos el amor nostálgicamente, viniéndonos mientras nos íbamos tras viejos recuerdos.
Muchas veces hicimos el amor contra natura, a favor de natura, ignorando a natura. O de noche con la luz encendida, mientras los zancudos ejecutaban una danza cenital alrededor del foco. O de día con los ojos cerrados. O con el cuerpo limpio y la conciencia sucia. O viceversa. Contentos, felices, dolientes, amargados. Con remordimientos y sin sentido. Con sueño y con frío. Y cuando estábamos conscientes de lo absurdo de la vida, y de que un día nos olvidaríamos el uno del otro, entonces hacíamos el amor inútilmente.
Para envidia de nuestros amigos y enemigos, hacíamos el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente. Para honra de nuestros padres, hacíamos el amor moralmente. Para escándalo de la sociedad, hacíamos el amor ilegalmente.
Para alegría de los psiquiatras, hacíamos el amor sintomáticamente. Y, sobre todo, hacíamos el amor físicamente.
También lo hicimos de pie y cantando, de rodillas y rezando, acostados y soñando. Y sobre todo, y por simple razón de que yo lo quería así y ella también, hacíamos el amor voluntariamente. 
"